La madrugada del próximo domingo 27 de octubre marca el fin del horario de verano en España. A las 03:00 horas, los relojes deberán retrasarse una hora para volver a marcar las 02:00, dando inicio así al horario de invierno. Este ajuste permitirá disfrutar de una hora más de sueño. El siguiente cambio de hora está previsto para marzo de 2025, cuando los relojes se adelantarán nuevamente para dar paso al horario de verano.
La medida responde a la Directiva Europea del Cambio de Hora, que se aplica en todos los Estados miembros de la Unión Europea con el objetivo de reducir el consumo energético. Sin embargo, en los últimos años, han surgido dudas sobre la efectividad real de esta práctica en términos de ahorro de energía.
Un poco de historia: de la crisis del petróleo al siglo XXI
El cambio de hora comenzó a generalizarse en 1974, en plena crisis del petróleo. En un contexto de encarecimiento de la energía, varios países optaron por adelantar los relojes durante los meses de verano para aprovechar mejor la luz natural y reducir el consumo eléctrico. La primera directiva europea al respecto se estableció en 1981 y ha sido renovada periódicamente.
Aunque las disposiciones sobre el horario de verano se remontan a 1980, no fue hasta el año 2000 cuando la normativa actual se consolidó, estableciendo el inicio del horario de verano en marzo y su finalización en octubre. La aprobación de la Novena Directiva por el Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión en 2001 permitió aplicar esta medida de forma indefinida.
En España, la directiva europea se adoptó a través del Real Decreto 236/2002, que establece que el cambio al horario de invierno se realiza siempre el último domingo de octubre, mientras que el horario de verano comienza el último domingo de marzo.
El debate sobre la eficacia del cambio de hora
A pesar de que el cambio de hora sigue en vigor, cada vez son más las voces que cuestionan su impacto real en el ahorro energético y en la salud de las personas. Varios estudios han señalado que los beneficios pueden ser marginales, mientras que los posibles efectos negativos sobre el bienestar y el reloj biológico de las personas son motivo de creciente preocupación. Sin embargo, hasta la fecha, no se ha adoptado una decisión definitiva en la Unión Europea para eliminar esta práctica.